Homilía del Tercer Domingo de Tiempo Ordinario, Año, A

 Acérquense A Cristo, La Luz Del Mundo 


Lecturas: 1ra: Is 8, 23-9.3; Sal: 26, 1. 4. 13-14; 2da: I Co 1, 10-13.17; Ev: Mt 4, 12-23

Esta breve reflexión fue escrita por el Padre Canice Chukwuemeka Njoku, C.S.Sp. Es un sacerdote católico y  miembro de la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos). Es un misionero en Puerto Rico. Es el Párroco de la Parroquia la Resurrección del Señor, Canóvanas y el Superior Mayor la Congregación del Espíritu Santo (Espirítanos), Circunscripción de Puerto Rico y Republica Dominicana. El Padre Canice es miembro de la academia de homilética (Academy of Homiletics). Para más detalles y comentarios se puede contactarlo al: canice_c_njoku@yahoo.com, cancilleriadfh@gmail.com, canicechukwuemeka@gmail.com

(https://orcid.org/0000-0002-8452-8392)

En este tercer domingo del Tiempo Ordinario, la iglesia nos alienta a acercarnos a Cristo, la verdadera luz. Esto es para que la realidad de nuestra vida podría ser plenamente manifestada. Esta es también, para que las sombras que dominan nuestras vidas pueden disminuir. Por ello, la iglesia, nos exalta a no contentarnos con la luz física. Más bien, debemos buscar y andar en la luz de Dios, la buena noticia. Esta es la luz que nos atrae a Cristo.

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 En el estudio de la formación de las sombras en la óptica física, es conocido que a medida que un objeto se aproxima a la luz, su sombra disminuye y se vuelve real. Mientras que, cuanto más lejos se mueve de la luz, más su sombra crece larga. La buena noticia tiene el potencial para reducir nuestra sombra. Esta luz es, “Cristo que vive en nosotros.” (Gal 2, 20). Él es la alegría de nuestra salvación.

En la primera lectura, Isaías eleva nuestra esperanza. Esta esperanza proviene del hecho de que Dios ha manifestado su luz sobre nosotros. Es un mensaje de liberación de la potestad de las tinieblas, que antes nos molestaron. Isaías declara: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaban tierras de sombras, y una gran luz brillo.” La luz que es el mismo Dios es capaz de lograr tantos cambios imposibles en nuestras vidas. Sin embargo, debemos presentarnos delante de él. La luz de Dios rompe nuestro yugo. Nos muestra el camino. Borra nuestras dudas y temores, y aumenta nuestra confianza en Dios y en nosotros mismos.

En la segunda lectura, san Pablo expresó su decepción por la comunidad de Corintio. Él reprendió a ellos por su mal comportamiento. Esto es porque, todavía viven en la sombra de las tinieblas y la ignorancia. Para Pablo, la pelea y la división entre ellos no es una buena señal de que viven en la luz de Cristo. Por lo tanto, denunció su modo de vida.

Pablo llama la atención sobre la esencia de la buena noticia. Es decir, despojarse de las sombras de la tiniebla y la ignorancia. Mayoría de las veces, nos peleamos por nada, incluso en la casa de Dios. Este fue el problema de esta comunidad Corinto. Cuando actuamos de esta manera, traicionamos la buena noticia. También, nos alejamos de la luz de Cristo. Ninguna comunidad cristiana buena recibe la luz y sigue siendo el mismo.

En el Evangelio, la profecía de Isaías se cumplió a través de la acción de Cristo. Su presencia hizo una gran diferencia en la vida de la gente de Cafarnaúm como los de los pueblos vecinos de Zebulón y Neftalí. Su luz era sentida fuertemente porque trajo sanidad y liberación. Jesús demostró que él es su: “Bálsamo de Gilead” (Jer. 8, 22). Así que, como las réplicas de la luz de Dios, nuestra presencia debe hacer una diferencia positiva dondequiera que estemos. Debe disipar la oscuridad en la vida de las personas. ¿Realmente estamos haciendo alguna diferencia?

Finalmente, hoy la Iglesia nos llama a acercarnos a Cristo, que dice: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en las tinieblas”(Jn 8, 12). Donde hay la luz de Dios, la oscuridad y las peleas desaparecen. También, temor, ira, codicia, traición, mentira, engaño, odio, división y otros vicios desesperarán. Donde brilla la luz de la buena noticia, “a los que vivían en la tiniebla verán una gran luz”. Por lo tanto, si seguimos y acercamos a Cristo, la luz, entonces: “En su luz, nos veremos la luz” (Sal. 36, 9).

¡La paz sea ustedes! 

¡Maranatha!

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